Una sociedad futura, de estética retro, donde la moneda de cambio es el tiempo. Tiempo que se ha detenido en el crecimiento de las personas, teniendo todas el aspecto y frescura de los veinticinco años, aunque en su interior (algunos) sean centenarios. Will Salas (Justin Timberlake) sufrirá en sus carnes la crueldad de este mundo, cuando su madre muera en sus brazos al consumirse su tiempo. A partir de ese momento jura vengarse de los millonarios que atesoran las horas en Greenwich City, la parte rica de la ciudad.
Andrew Nicol, director de la increible Gattaca y la muy intereante El Señor de la Guerra, nos lleva de nuevo al futuro. El problema es que la interesante premisa con la que se inicia el film queda diluida a medida que pasan los minutos. Will, un simple trabajador de una fábrica, se transforma en un Robin Hood que roba tiempo a los ricos para dárselo a los pobres. Y ahí no queda la cosa, argumentalmente hablando, sino que el tono vuelve a cambiar desde el momento que conoce a la hija del millonario Weiss. Con Sylvia (Amanda Seyfried) vivirá aventuras a lo Bonnie & Clyde, terminando la cinta por ser una película de acción distraida, correcta, pero poco más.
Resaltar la cantidad de secundarios que provienen de series de televisión: Olivia Wilde (House), Johnny Galecky (Big Bang Theory), Matt Boomer (Ladron de guante blanco) y Vincent Kartheiser (Mad Men). ¿Guiño? O es que los actores televisivos se abren camino poco a poco en la industria cinematográfica...
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