Bueno, ya se acabó lo que se daba. Al menos cinematográficamente hablando. Las ruedas de esta franquicia seguirán girando y produciendo dinero.
Pero centrándonos en la película sólo puede decirse algo que es bastante obvio. Sin lugar a dudas es la mejor de la franquicia porque ofrece lo que este tipo de historia debe dar al espectador: Diversión y espectacularidad. A diferencia del resto de los títulos de la saga, y sobre todo debido al crecimiento de los personajes, ya se han acabado las interminables y, de relleno, escenitas de amoríos colegiales que tanto han pesado en las novelas y sus posteriores traslaciones a la gran pantalla. Lo que uno buscaba (al menos yo, que ya no soy un adolescente enamoradizo) era aventura, misterio y en ésta lo tenemos a raudales.
Con un sólo momento tranquilo, tenso, al principio de la cinta, el resto de la historia es una montaña rusa visual y narrativa, donde por fin se nos explica el gran plan maestro del fallecido Dumbledore. Nuestros protagonistas: Harry, Hermione y Ron se las verán en una y mil peripecias para encontrar los malditos horrocruxes e irlos destruyendo, no sin antes tener que luchar en la gran batalla de Hogwarts, donde nos faltarán ojos para identificar a todos los personajes y seres implicados en ella.
El director, David Yates, profesional de indudable valía (como así lo demuestra ese clásico de la tv titulado State of Play) pero que en sus anteriores títulos dirigidos parecía no terminar de cogerle la medida a la historia (quiero achacarlo también a los guionistas y la dificultad de adaptar las novelas) logra en ésta, la final, una obra visualmente apabullante y con momentos muy trabajados y que se alejan bastante del cine comercial, ofreciendo unas imágenes "de autor" que lo pueden definir en futuros trabajos. La caída-vuelo de Harry y Voldemort, el enfrentamiento final en las ruinas...
De entre el casting cabe resaltar a Emma Watson (Hermione) y Ron Weasley (Rupert Grindt) auténticos niños prodigio que con los años han ganado en calidad interpretativa, todo lo contrario que le ha ocurrido (y que me perdonen las fans irredentas) al soso, inexpresivo y envarado Daniel Radclifft. El pobre chaval no da más de sí, y con esa mirada extraviada pretende transmitirnos sentimientos que bueno, si no fuera por la música, la fotografía y la dirección, dificilmente veríamos...
Todas las cosas buenas tienen un final, y las malas y las menos buenas...
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