martes, 23 de noviembre de 2010


El mundo se ha sumido en la más completa oscuridad, muggles y magos lo sufren, cada uno a su manera, y en el centro de todo el meollo éste "héroe". Siempre en medio de los problemas, ignorante de como solucionarlos y rodeado, eso sí, de sus grandes amigos Ron y Hermione. Pero ya no son niños, la edad adulta les ha traído sentimientos que hasta entonces no habían experimentado. Soledad, desesperación, dolor, terror... Lord Voldemort y su ejército de mortífagos han dado un perfecto golpe de estado y se han hecho con el Ministerio de la Magia (cojonuda la iconografía pseudonazi, uniformes y panfletos). En una escena que recuerda a Los Intocables de Elliot Ness, Voldemort busca la forma de matar al "niño" mago, y finalmente encontrará un medio, un objeto que aparecerá del pasado, de una leyenda...
Esta primera parte del final de la saga deja clara una cosa y es que el pasteleo, el romance entre los pasillos de Hogwarts y los niñerios eran el principal lastre de las anteriores entregas. En esta ocasión nos encontramos con una trama que avanza a la perfección, con momentos de acción algo difíciles de ver (el director, David Yates, no se luce precisamente con ellos) y sobre todo con una atmósfera apocaliptica totalmente creible, en un mundo sin esperanza, muerto de miedo.
Nuestros chavales se han hecho mayores: Harry ya tiene barba, Ron está hecho un toro y Hermione es un encanto. El resto del elenco tienen momentos episódicos, como el pobre Hagrid, que casi no sale; los desesperados Malfoy, con un alcoholizado padre a la cabeza (genial Jason Isaacs). Todo el elenco, compuesto por lo mejor de la interpretación anglosajona, como ha sido tradición desde la primera parte, y en último lugar un Ralph Fiennes que interpreta con convencimiento a Voldemort, el señor oscuro al que todos temen. Aunque, la verdad, no lo veo como esa gran villano que se supone que es...
Tendremos que esperar hasta el verano para el final.

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