No he leido la novela de Yann Martel que Ang Lee lleva a la pantalla, pero me da la impresión de que la tarea ha sido satisfactoria, viendo el resultado.
Una conversación. Yann y Pi departe con tranquilidad en casa de éste último. Su tío le ha recomendado al escritor que se ponga en contacto con él y le cuente su historia. Unas andanzas que comienzan por el origen de su curioso nombre, como consiguió ganarse el respeto de sus compañeros y la adolescencia, con la llegada del primer amor.
Hasta aquí la película me recuerda a aquellas anécdotas que contaba un hombre sentado en un banco, mientras te ofrecía un bombón. Tienen esa esencia del realismo mágico. Y lo que acontece después es la prueba definitiva.
Pi y su familia emigran a Canadá en un enorme barco, con ellos se llevan a todos los animales del zoológico que dirigía su padre. Una terrible tormenta hundirá el carguero y los únicos supervivientes del desastre serán Pi, un orangután, una cebra, una hiena y Richard Parker, un fiero tigre de Bengala.
Lo que ocurre a continuación mezcla la tragedia, el humor, las ganas de vivir, el ingenio... En fin, todo lo que rodea al ser humano y lo define.
En este film destacan dos cosas, el uso de la imagen, que nos lleva un paso más allá, introduciéndonos en la tormenta, por ejemplo; o meciéndonos con tranquilidad sobre un mar cristalino que esconde impresionantes secretos.
Pi encuentra a su dios en esta odisea, ¿creible aventura? El poder de las palabras nos plantea una pregunta final: ¿Qué fue lo que realmente ocurrió?
No hay comentarios:
Publicar un comentario