Llega la secuela de la película que tan gratamente nos sorprendió en su momento, ofreciéndonos una versión del metálico héroe de la Marvel que gustó a la mayoría. En esta entrega contenplamos a un Tony Stark pletórico de facultades, inaugurando una enorme feria tecnológica. Pero todos esos fuegos artificiales y música estridente ocultan algo terrible, el millonario inventor se muere. El compuesto que porta en su pecho le está contaminando al sangre y si no hace algo pronto morirá sin remedio.
A la vez tendrá que enfrentarse a un fanatasma del pasado, Ivan Vanko, el hijo de un antigio colaborador de su padre, ha heredado sus conocimientos científicos pero, sobre todo, el odio hacia todo lo que representa Stark y su industria.
Mezclemos todo esto con la relación pseudoamorosa que mantiene con su eficaz secretaria Pepper Potts, a Nick Furia y la Viuda Negra vigilando y testándolo y obtendremos una película de acción frenética. El director Jon Favreau ha ganado en confianza y pulso a la hora de narrar y ofrece algunas secuencias de acción magníficamente narradas (la entrada de la Viuda Negra en las Industrias Hammer).
Una vez más veremos a Tony Stark descender al abismo de la desesperación, caer en la bebida y luchar contra su pasado; pero como todo buen superhéroe saldrá del agujero y con la colaboración de su amigo Jim Rhodes, pateará los metálicos culos de las creaciones del histriónico Hammer y su partner in crime Ivan Vanko.
Robert Downey Jr. vuelve a bordar el personaje, Samuel L. Jackson debería refrenarse un pelín y el resto del elenco están muy ajustados a sus papeles y trajes (me refiero a Scarlett Johansonn...)
En fin, mucha diversión, mejores efectos especiales y un final muy, muy especial (hay que quedarse tras los títulos de crédito...)
Habrá espectadores que la acusen de falta de épica, pero creo que de eso tendremos de sobra en Thor, el año que viene.
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