Victor es un chico normal. Bueno, todo lo normal que se puede ser en el pueblo de New Holland, donde tiene unos compañeros que físicamente recuerdan al monstruo de Frankenstein, o a Igor, el fiel sirviente del desquiciado doctor...
En fin, la vida pasa feliz para el chaval y su mejor amigo es su perro Sparky, un chucho con no demasiadas luces, pero que adora a su amo.
Los padres de Vincent insisten para que éste comparta aficiones con sus compañeros de instituto y sin, quererlo, llega a tragedia. Sparky es atropellado y muere...
Los conocimientos científicos del joven Vincent le harán rememorar la famosa escena de la película protagonizada por Boris Karloff y devolverle la vidas a su can, que a partir de entonces deberá llevar una existencia lo más discreta posible, cosa bastante complicada, ya que éste se distrae con una mosca.
El descubrimiento por parte de uno de sus compis, hará que las cosas se precipiten y el premio del concurso de ciencias será el detonante. Cada compañero querrá realizar su particular "experimento" con las mascotas fallecidas, creando el caos más absoluto.
Tim Burton lleva tiempo metido en proyectos que no terminan de recordarnos al director que nos emocionó con Eduardo Manostijeras, pero en esta última película se deja llevar por ese eterno chaval que lleva dentro y crea un homenaje a ese cine en blanco y negro, con monstruos imposibles, torpes, pero tremendamemte divertidos. Convierte su cortometraje de imágen real en una película de animación stop motion donde mezcla los monstruos gigantes con un guiño a los pájaros de Hitchcock.
Una cinta que es probable no sea comprendida por los más jóvenes, pero que deleitará a los amantes del género.
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