El joven Scott (Matt Damon) y él se conocen en los 70 y rápidamente surge la llama del amor, una relación apasionada y desbordada que llevará al pianista a prácticamente "adoptar" al joven que sólo quería estudiar veterinaria. Anillos de oro, pulseras y demás joyas, trajes horteras hasta la arcada y ríos de champán ocupan la vida de la pareja durante mucho tiempo. Pero nada dura para siempre y el carácter díscolo y absorbente del artista transforman la vida de Scott en un infierno en el que pierde su rostro por las operaciones de cirugía plástica y se convierte en un adicto a las pastillas primero y a la cocaína más tarde.
Es verdad que la realidad supera a la ficción y esta historia es el ejemplo más claro, los momentos más alucinantes no son exagerados por el director, y es que la vida de Liberace y él mismo eran así de extremos (las tragaperras instaladas en casa de su madre, el eterno desfile de jóvenes efebos...)
Cabe destacar el trabajo de Oscar que realiza Michael Douglas en su regreso después de haber padecido una terrible enfermedad y la divertida interpretación de Rob Lowe como el cínico cirujano plástico.
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