La carrera de Robert Rodriguez tiene más baches que una carretera de pueblo. Y se acaba de estrenar una muestra de lo bajo que puede caer el director chicano. En esta nueva entrega de los Spy Kids trata de reinventar la franquicia con un producto que apesta a tv movie, aunque cuente entre sus protagonistas con la sosainas de Jessica Alba y Jeremy Piven, que interpreta un multi papel.
La historia, bueno... Dos chavalines bastante insulsos (no es que la pareja de la primera trilogía fueran nada del otro mundo, pero al menos tenían cierta gracia) tienen problemas con su madrastra (Alba) a la que no terminan de aceptar, en especial la niña. El padre de éstos, un tonto integral que no se entera de la misa a la mitad, protagoniza un programa de la tele llamado Spy Hunter, sin percatarse que su mujercita ha sido uno de los principales agentes de la OSS.
Resulta que hay un maloso, el Time Keeper, que quiere robar el tiempo y bla, bla,... ¿Hace falta que siga?
Efectos especiales de baratillo, interpretaciones dignas de los Razzies, gracias escatológicas (pedos, caca...), un perrete insoportable con la voz de Ricki Gervais y el regreso de los Spy Kids originales, que han cambiado mucho. Sobre todo ella, Alexa Vega, que ya no tiene nada de kid...
Ya sé que se elogia el trabajo artesano que Rodriguez hace en sus estudios Troublemaker, pero esta última peli roza lo basuril.
Se supone que el director riza el rizo, haciendo que la peli sea en 4D, o sea que se puedan oler las cosas mientras la vemos. La verdad es que no hacía falta esta novedad, ya que salta a la vista que es un mojón de tamaño estelar.
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